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Palabra de Jesús siempre viva


Dice la Palabra que cuando Pablo y Bernabé recibieron el Espíritu Santo se lanzaron a evangelizar, con palabras de gozo. Esa es la Palabra que permanece y continúa viva a pesar de tantas contradicciones, limitaciones humanas, pecado, desobediencia y diversidad de criterios existentes en todo el mundo y en todo tiempo. Sin embargo, la Iglesia (Universal) Católica ha logrado mantener la mística de Pablo y Bernabé, tratando de convertir lo imperfecto del hombre, en lo perfecto de la Palabra por la fe.

El Evangelio de Juan nos relata hoy IV domingo de Pascua: “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano. Aquello que el Padre me ha dado es más fuerte que todo, y nadie puede arrebatarlo de las manos de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn:27-30).
Este relato me recordó que por una gracia de Dios escuché esa voz durante la vivencia de un Cursillo de Cristiandad, donde descubrí ese tesoro que en mí estaba escondido. Entonces, comencé un nuevo estilo de vida con las herramientas que conocí en ese cursillo, mi tesoro comenzó a brillar con destellos de Colores y los contratiempos cotidianos se hicieron dóciles como las ovejas en manos de su Pastor. Con esta nueva actitud o postura en mi vida entendí que con fe no hay preguntas y sin fe no hay respuestas.

Sabemos que la fe es tan pequeña como un granito de mostaza, por eso navega y flaquea constantemente en el interior del hombre. Los apóstoles descubrieron cómo estabilizarla para que creciera cuando la sintieron en el desierto del alma; entonces se hizo grande y fuerte para luchar con actitud de paz y de confianza, con actitud de esperanza y de obediencia ante la perfección de Dios. La historia de la humanidad revela la necesidad cotidiana existente en todo ser humano de escuchar la verdad, de sacudir el polvo de los antivalores creados por el hombre, de tratar de ser transparente bajo la luz del día y bajo la oscuridad de la noche, pero sobre todo bajo su inmenso mundo interior. Al hombre le urge obediencia de corazón, le urge sentir fe, le urge escuchar: “Yo y el Padre somos una sola cosa”.

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