Por Mons. De la Rosa y Carpio
Si nos detenemos a reflexionar sobre el río de ayudas que corrió durante el mes de enero 2010 hacia Haití desde la República Dominicana y desde muchísimas naciones de la tierra, podemos descubrir en esa corriente la vivencia de muchos valores humanos y divinos. Entre ellos se destacan los cinco siguientes:
La solidaridad, que consiste en la “adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros” (Diccionario de la Real Academia Española). Quien habla de solidaridad habla de “solidario” y de “sólido”, de alguien adherido firmemente a la causa o empresa de alguien; en nuestro caso presente, nos sentimos cordialmente unidos a las angustias, calamidades, emergencias y tareas de reconstrucción de Haití. La solidaridad es un valor en el que se unen el amor y la justicia. El amor, porque en ello hay don de algo que no es obligatorio; la justicia, porque en ella hay algo de deber: se está devolviendo a Haití algo, que de alguna manera, se le debía.
La generosidad, que consiste en una inclinación del ánimo a anteponer el honor, el respeto y la bondad a la utilidad y al interés (véase Diccionario de la Real Academia de la Lengua). Así el generoso es dadivoso, franco, liberal, obra con grandeza de ánimo. Hay en la generosidad desprendimiento de las cosas y apertura para donar. Tanto la República Dominicana como el mundo se desprendieron generosamente de muchos bienes para trasladarlos a Haití.
Antepusieron la solidaridad con este pueblo a la utilidad, que dichos bienes les reportaban.
La disponibilidad, que consiste en la actitud de sentirse libre de impedimentos para prestar servicios a alguien. El disponible está listo para ser utilizado inmediatamente, si es necesario (Cfr. Diccionario de la Real Academia de la Lengua). ¡Cuántas personas del mundo entero estuvieron disponibles no sólo para dar solidaria y generosamente de sus bienes, sino para ir ellas mismas a prestar personalmente sus servicios a los haitianos! Sin esta disponibilidad y la presencia de tantos voluntarios, Haití no se puede recuperar.
La universalidad, que nos hace sentirnos pertenecientes a una raza común, la humana (Cfr. Diccionario de la Real Academia Española), miembros de la comunidad internacional y hermanos dentro de una gran fraternidad universal. De ahí surgen expresiones como éstas: “Todo ser humano es mi hermano” y “ningún pueblo me es extraño”. Ahí encuentra su fundamento el mandamiento del decálogo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, mandamiento que, en último término, fundamenta la solidaridad y los demás valores, que nos impulsaron a volcar nuestros esfuerzos y bienes hacia Haití.
La corresponsabilidad, que se define simplemente como “responsabilidad compartida” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua). El primero que está obligado a responder a las soluciones de su catástrofe, en el caso que estamos tratando, es Haití. Pero la humanidad toda se sintió responsable también, “corresponsable”, “obligada” a acompañar, de manera masiva, con todos los medios a su alcance, a sus hermanos haitianos en sus horas tristes.
+ Ramón Benito de la Rosa y Carpio
Arzobispo Metropolitano de Santiago
Fuente: Radioluzvirtual.com
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