Estamos terminando la Semana de Oración por la “Unión de los Cristianos”. Las palabras de Jesús en la última Cena: “Que todos sean uno” tienen, en estos días, una resonancia especial.
A partir del Concilio Vaticano II, 1962-65 hubo un despertar ecuménico grande, éste fue apoyado por los sucesores de Juan XXIII.
Sin embargo, en cuanto a la unión hemos avanzado muy poco; sigue siendo un escándalo la proliferación de ¡tantas sectas que nos dividen! Ese no era el deseo de la Iglesia que fundó Jesús.
Parece que antiguamente los católicos habían puesto el énfasis en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Los hermanos separados se distinguían por poner en el centro de sus vidas la Biblia. A partir del Concilio, ya mencionado, se promovió más el conocimiento de la Palabra revelada.
La liturgia de la Palabra es tan importante como la liturgia Eucarística. “La Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura al igual que el mismo Cuerpo del Señor... Las ha considerado juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe”.
Jesús hace su primera presentación pública con un texto de Isaías. El Evangelio de hoy, acaba con la expectativa de sus paisanos, “tenían los ojos fijos en él”. ¿Y nosotros dónde? Jesús en su discurso programático se siente enviado a dar la buena noticia a los pobres, a los que sufren; a traer libertad a los cautivos y oprimidos y luz a los ciegos.
No es un mensaje etéreo ni espiritualista, ajeno a los problemas de la humanidad: “Me aterra pensar que Jesús viniera a anunciar la Buena Noticia a los pobres. Yo no los veo nunca en nuestras Iglesias”. Han pasado ya muchos años desde que Bernanos se pronunciara así. Hoy, la Iglesia vive otra realidad de cercanía y presencia entre los más desfavorecidos.
Visiten nuestros barrios como Guachupita, la Ciénaga, los Guandules y otros, son demasiados para nombrarlos a todos.
Las Eucaristías dominicales son auténticas fiestas de fraternidad. Se comparte la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía.
Si quieren contemplar una auténtica explosión de fe sacramental, de solidaridad, amor y justicia con los desposeídos de esta tierra, no tienen más que madrugar un poco y verán lo nunca visto.
Los cristianos tenemos siempre una asignatura pendiente, la de acercarnos más y más a los que sufren.
A partir del Concilio Vaticano II, 1962-65 hubo un despertar ecuménico grande, éste fue apoyado por los sucesores de Juan XXIII.
Sin embargo, en cuanto a la unión hemos avanzado muy poco; sigue siendo un escándalo la proliferación de ¡tantas sectas que nos dividen! Ese no era el deseo de la Iglesia que fundó Jesús.
Parece que antiguamente los católicos habían puesto el énfasis en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Los hermanos separados se distinguían por poner en el centro de sus vidas la Biblia. A partir del Concilio, ya mencionado, se promovió más el conocimiento de la Palabra revelada.
La liturgia de la Palabra es tan importante como la liturgia Eucarística. “La Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura al igual que el mismo Cuerpo del Señor... Las ha considerado juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe”.
Jesús hace su primera presentación pública con un texto de Isaías. El Evangelio de hoy, acaba con la expectativa de sus paisanos, “tenían los ojos fijos en él”. ¿Y nosotros dónde? Jesús en su discurso programático se siente enviado a dar la buena noticia a los pobres, a los que sufren; a traer libertad a los cautivos y oprimidos y luz a los ciegos.
No es un mensaje etéreo ni espiritualista, ajeno a los problemas de la humanidad: “Me aterra pensar que Jesús viniera a anunciar la Buena Noticia a los pobres. Yo no los veo nunca en nuestras Iglesias”. Han pasado ya muchos años desde que Bernanos se pronunciara así. Hoy, la Iglesia vive otra realidad de cercanía y presencia entre los más desfavorecidos.
Visiten nuestros barrios como Guachupita, la Ciénaga, los Guandules y otros, son demasiados para nombrarlos a todos.
Las Eucaristías dominicales son auténticas fiestas de fraternidad. Se comparte la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía.
Si quieren contemplar una auténtica explosión de fe sacramental, de solidaridad, amor y justicia con los desposeídos de esta tierra, no tienen más que madrugar un poco y verán lo nunca visto.
Los cristianos tenemos siempre una asignatura pendiente, la de acercarnos más y más a los que sufren.
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