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EL MISTERIO DE LA IGLESIA


EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio



Entendemos por “misterio” una realidad invisible bajo formas visibles presente ante nosotros, ya conocida en parte, pero que no conocemos del todo y que todavía podemos conocer más. Se puede decir que toda realidad es un “misterio”, porque nuestro conocimiento no logra abarcarla ni entenderla del todo.

Así hablamos del “misterio de Cristo”: ya conocemos de Él, pero aún podemos profundizarlo hasta el infinito; hablamos del “misterio de todo ser humano”; por mucho que conozcamos a alguien siempre hay algo que se nos escapa de él y a veces nos llevamos sorpresas también en sus palabras y actuaciones, cosas que nunca habíamos imaginado. En este sentido hablamos del “misterio de la Iglesia”.

De ahí que para entender a la Iglesia es necesario acercarse a su “misterio” y tratar de comprenderla en su rica y compleja realidad.

Así ella es al mismo tiempo:

Sociedad organizada dotada de órganos jerárquicos tangibles y cuerpo místico (invisible) de Cristo.
Grupo visible y comunidad espiritual.
Iglesia de la tierra e Iglesia llena de bienes celestiales.
Constituida de un elemento humano y otro divino, como su fundador Cristo. Es de este mundo y no es de este mundo.
Débil por su condición humana y fuerte por la gracia del Espíritu Santo.
Santa y necesitada de purificación constante.
Está en la historia y le espera una patria celeste.
Estas realidades no son dos cosas que puedan separarse. Tampoco son contradictorias entre sí. Van juntas. Están íntimamente unidas. Por eso la Iglesia sabe que tiene grandes valores, pero que no es perfecta. Ansía la perfección y camina hacia ella. Ya “es santa”, pero sabe que tiene que santificarse más. Ella avanza en su peregrinación en medio de las persecuciones y los consuelos de Dios. La Iglesia “ya es lo que ella tiene que ser “, pero “todavía no es”, se está construyendo. Mientras haya pecado e imperfecciones en la humanidad, la Iglesia los hace suyos, porque no está separada de nada humano.

Es propio, pues de la Iglesia “ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Liturgia, #2).

“¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena y un palacio celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal y un templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la embellece su forma celestial (San Bernardo, Cant. 27, 14)”.

El autor es el Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros.

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