
Hay una parte del Padrenuestro que no me gusta. Es esa que dice: “Hágase, Señor, tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.” Tengo una protesta contra esta parte. Y no por lo que dice, sino por el sentido que le hemos dado al decirlo.
Como aquél que hace poco me dijo: “Quisiera conseguir un buen trabajo, pero yo digo: Hágase Señor tu voluntad”.
Es decir, que, según él, la voluntad de Dios era que él no consiguiera trabajo. Y así como este amigo, veo que hay muchas personas que cuando dicen “hágase tu voluntad” parece que están tomando una postura de resignación, como si entendieran que la voluntad de Dios sobre ellos fuera a ser siempre algo desagradable.
Y esto es no solo una ignorancia total, sino también una tremenda injusticia contra Dios. ¿Qué clase de padre sería este que desea para sus hijos sufrimientos y fracasos? Este sería otro Dios, pero no el mío. No el Dios verdadero, no el Padre que nos reveló Jesucristo.
En el evangelio de este domingo (Mateo 3, 13-17) aparece el Señor cumpliendo la voluntad del Padre.
Se fue a bautizar con Juan el Bautista, como cualquier otro hombre. Juan no quería. Pero él le dijo: “Déjame hacerlo. Así es como vamos a cumplir con la voluntad de Dios” (Mateo 3,15).
Y cuando lo hicieron, se oyó de repente la voz de Dios que decía: “Este es mi Hijo, el amado. Este es mi elegido” (Mateo 3,17).
De modo que el Señor cumplió con la voluntad de Dios, y le fue bien, como a todo el que lo hace. A veces uno se dará cuenta en seguida. Otras veces más tarde. Pero a todo el que acepta y cumple la voluntad de Dios, le va bien.
Que se haga su voluntad en mi vida es lo mejor que a mí me puede pasar, porque el plan que Él tiene para mí es mucho mejor que el que pueda yo tener, ya que Él es más sabio que yo y, además, está más interesado en mi felicidad que yo mismo. Cuando uno entiende esto, entonces la fe cambia, porque de “creer en Dios”, pasa a “creerle a Dios”.
“Caminen por el camino que les señalo, y les irá bien” (Jeremías 7,23). Quien no sólo cree en Dios, sino le cree a Dios, lo hace.
Teresa de Lisieux entendió bien esto. En efecto ella escribió: “Es mi paz cumplir siempre la santa voluntad de mi Jesús... Así vivo sin miedo, amo el día y la noche por igual”.
Vivir sin miedo... Ser felices... ¿Acaso no es precisamente esto lo que usted y yo deseamos...?
La pregunta de hoy ¿Cómo descubro yo la voluntad de Dios para mí?
Haciendo las cinco cosas que hacía la mamá de Jesús: Escuchar, ponderar, preguntar, confiar y, sobre todo, obedecer, que es lo mismo que decir sí.
Dios es amor, y todo lo que Él desea para usted y para mí, todo lo que Él dispone y lo que Él permite es “para su bien” (Romanos 8,28).
No hay comentarios:
Publicar un comentario